La palabra de oro es un acto de amor. Un impulso vital inspirado por una época en la que se escribió el castellano más hermoso, complejo y de mayor riqueza formal y conceptual. Ese siglo largo, más su área de influencia que, a modo de agujero negro a la inversa, atraía la luz del pensamiento hacia su centro para irradiarla después a todo el mundo, ofrece tesoros que siguen asombrándonos hoy. Como lo harán mañana.
Esta ‘palabra de oro’ se inscribe dentro del marco conceptual de la cultura occidental judeocristiana, en esa manera de percibir el mundo: un mundo dual, en el que el bien, el mal, el hombre, la mujer, el poderoso y el desfavorecido, dios y demonio pugnan de manera permanente.
El abuso de poder, la violencia sexual contra las mujeres, incluida la intrafamiliar, la injusticia, el abandono de los pobres, se muestran a través de unos textos valientes, hermosísimos y luminosos que he sentido la necesidad de traer a la escena para mostrar nuestra pobre evolución en estos aspectos, todavía a estas alturas.
La añoranza de la unidad perdida y la búsqueda del yo trascendente conforman el hilo que conduce el relato y su discurso -constituido a modo de visiones individuales- hasta el encuentro final de reconciliación. Todas las voces se reconocen en la otra, son una misma. El Amor aparece y prevalece, por fin.